sábado, 20 de octubre de 2012

La tiranía de los mediocres



En los tiempos de bonanza se dio con demasiada frecuencia. Uno llegaba  a una empresa, pasaba un tiempo y, gracias a sus culebreantes movimientos o por tener el don de la oportunidad, lograba subirse a la cresta de la ola y mantenerse en lo alto en un puesto para el que no estaba preparado y con un salario que probablemente no mereciera.
Hubo gente que aprovechó lo que la vida le daba para formarse, aprender a aprender, aprender a mandar y hacerse acreedor de puesto y salario. Pero hubo otros que una vez aferrados a ese puesto optaron por mantenerse en él a fuerza de mantener miedo y presión tapando con amenazas, subterfugios y malos modos la inseguridad que les proporcionaba su propia mediocridad.
Cualquiera de nosotros puede mirar a su alrededor y encontrar el político advenedizo o el empleado poco valioso que a base de contactos, estratégicos movimientos en el tablero de la vida o un carácter apropiado para relacionarse con las cúpulas han llegado a ese puesto en el que son incompetentes por falta de conocimientos o por no saber liderar un equipo. O por las dos cosas, en el peor de los casos.
La mediocridad les lleva a forjarse una imagen dura, ofensiva, como base de una estrategia basada en el ataque y en la nula empatía con el, horrible vocablo, subordinado. Son esos jefes que en vez de reconocer  “No te entiendo” te dicen “No te sabes explicar”, invirtiendo su incapacidad en minar tu seguridad y acabar enterrando tus propias capacidades en medio de miedos y frustración.
Por lo visto, cada uno ha de pasar al menos una vez en la vida por esta posición. Lo bueno es cuando consigue deshacerse de ese inútil en mejor posición jerárquica, sigue adelante y se encuentra con que no todo es así y que hay jefes, políticos, compañeros… brillantes, empáticos, de quienes se puede aprender y que no vuelcan su mediocridad en los demás. Y se agradece.

2 comentarios:

  1. Me gusta, pero...
    En los tiempos de bonanza, la posibilidad de irte a otra parte permitía librarte de ese escalón , si era general, dejarlo en evidencia.
    Ahora, cuando el miedo y la falta de alternativa atenazan a cada uno (a ti y a él) a la posición que ocupan cuando se vuelve más terrible

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    1. Entonces te podías ir, si aún te quedaban agallas (no era difícil convertirse en un empleado rehén). A quien le pase ahora solo le queda aguantar (o soportar) lo que le echen (rehén sí o sí). Triste no, lo siguiente.

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